ALL'S WELL THAT ENDS WELL.
Bien está lo que bien acaba forma tradicionalmente -junto a Medida por Medida y Troilo y Crésida- el trío de las denominadas "problem plays" (aunque hay críticos que añadirían alguna otra obra al grupo, por ejemplo Noche de Reyes, Otelo o incluso Hamlet).
Las "problem plays" -curiosamente escritas en la época de transición
entre los últimos tiempos del reinado de Isabel I y los comienzos de
Jaime I en el trono- se caracterizan por ser obras incómodas para el
espectador, tanto por los temas que tratan (problemas morales) como por
su desarrollo y, especialmente, por sus finales que, pese a ser
teóricamente buenos, dejan un regusto bastante desagradable. Así, las
"problem plays" se ganan con creces su apelativo: resultan todo un
problema, tanto para el crítico que las estudia como para el espectador
que las contempla.
Por lo anteriormente expuesto, las "problem plays" resultan ser de la
obras menos queridas y representadas de Shakespeare, particularme esta.
No obstante, ofrece dos papeles ideales para el lucimiento de un
determinado tipo de intérprete: la Condesa de Rosellón para las
actrices maduras y Parolles para los actores cómicos.
Bien está lo que bien acaba es
la historia del amor impuesto, de un joven que no está enamorado de una
mujer y que se ve obligado a casarse con ella, pero también es -en
contrate con lo anterior- la lucha (cabezona y tramposa) de una joven
por conseguir al amor de su vida. Otros temas de la obra son el
contraste entre la experiencia de la vejez y la locura de la juventud,
las convenciones sociales, el honor (y la honra), el clasismo, y la
falsa amistad.
Escrita a comienzos del reinado de Jaime I (entre 1603 y 1606), y basada en un cuento de El Decamerón
de Boccaccio, narra la historia de Helen, una chica de origen humilde
que ha sido criada por la condesa de Rosellón como si fuera su propia
hija. La condesa tiene un hijo -Bertram- del que Helen está enamorada.
La obra comienza de un modo bastante sombrío: tanto el marido de la
condesa como el padre de Helen -un gran médico- han muerto hace poco, y
Bertram -acompañado de su fanfarrón amigo Parolles- está a punto de
irse de casa para ir a servir al rey que, para colmo, también está
gravemente enfermo. Helen, rota más por la marcha de su amor -quien,
por otra parte, no la quiere- que por la muerte de us propio padre,
traza un plan para conseguir casarse con Bertram y se encamina a París
para ponerlo en práctica.
Si no quieres saber cómo termina la obra, para de leer aquí.
Helen consigue que el rey le dé audiencia y promete curarle a cambio de
que le conceda un favor. El monarca, desesperado, accede. Helen, usando
los conocimientos heredados de su padre, consigue sanar al soberano. A
la hora de elegir su recompensa, que es elegir esposo, Bertram es,
obviamente, el elegido y la boda se celebra. No obstante, el muchacho,
al que han casado sin su consentimiento, decide poner tierra de por
medio y, en compañía de Parolles, marcha hacia Italia a la guerra (pues
prefiere que le maten a vivir junto a Helen, muy romántico), jurando
que nunca ha de consumar el matrimonio, y que Helen nunca será para él
su esposa a menos que consiga que le dé el anillo que él lleva en la
mano y, además, se quede embarazada de él (cosas ambos, obviamente,
imposibles): A todo esto la condesa, que veía la unión de su hijo con
Helen con muy buenos ojos, se queda destrozada.
Inasequible al desaliento, Helen sigue a Bertram y se entera de que él
está cortejando a Diana, la hija de una viuda. Soborna a madre e hija
para que accedan a que Bertram entre en la casa y que, en el momento
clave y aprovechando la oscuridad, Helen se cambie por Diana. El truco
sale bien y Helen consigue arrebatarle el anillo a Bertram y quedarse
embarazada. De manera paralela, algunos oficiales tienden una trampa al
bravucón Parolles y, tras hacerse pasar por el enemigo, vendarle los
ojos y amenazarlo de muerte, consiguen que traicione a su bando,
revelando todo tipo de secretos militares.
La obra termina con la vuelta de Bertram a palacio, terminada la
guerra. Allí, Helen se presenta y, dado que ha cumplido la condiciones
impuestas, reclama a Bertram que sea fiel a su palabra y la reconozca
como su esposa. Lo que él hace, confesando un repentino y fervoroso
enamoramiento, para deleite de su madre la condesa. El rey, por otra
parte, concede a Diana que se case con cualquier hombre del reino que
ella elija.
Como se podrá imaginar, el final -por muy feliz que teóricamente
parezca- es bastante insatisfactorio (y forzado). En efecto, resulta
bastante difícil de creer que Bertram, que había pasado ampliamente de
Helen y había preferido la guerra y a otra mujer, de repente se
enamora de Helen por las buenas. Lo más probable es que se haya visto
obligado a cumplir su palabra, máxime delante del rey. O sea, que su
esposa ha sido más lista que él, y no le queda otra que apechugar con
su derrota. En cualquier caso, parece más que probable que el
matrimonio vaya a resultar una comedia y que Bertram tenga sus amantes
en privado mientras guarda las apariencias en público. Helen es una
chica muy inteligente, ya lo ha demostrado, y parece extraño que no se
dé cuenta pero, por otra parte, puede que no le importe con tal de
tener a Bertram junto a ella.
No obstante, también se puede hacer una interpretación más edulcorada
del final: Bertram era un niñato golfo e inmaduro que, de repente, se
da cuenta de lo mucho que Helen le quiere de verdad y que puede ser
feliz a su lado. En otras palabras, por fin ha madurado. (¿No hay,
acaso, hombres que viven miles de aventuras y que acaban sentado la
cabeza con una chica buena y formal? Aunque, por otro lado, ¿la sientan
de verdad?)
Como ve, el final, algo típico de las "problem plays", se presta a la interpretación del director de la obra y el lector.
En cualquier caso, el papel de Bertram no es demasiado atractivo para
cualquier actor, pues no eres más que un niñato golfo clasista que
rechaza fríamente a la heroína. De hecho, es un bueno que resulta más
un malo a ojos del público. Aunque, visto desde otra óptica (¡siempre
la hay en Shakespeare y la buen literatura!), ¿cómo no sentir
comprensión y compasión por un chaval que quiere hacer su vida y al que
su rey y la pesada de su madre le quieren encasquetar una mujer?
Por lo que ha la propia Helen respecta, aunque es la protagonista,
tampoco es un texto muy goloso para las actrices, pues, al fin y al
cabo, eres un loca de amor que empujas a un joven al matrimonio sin
amarte, usando métodos bastante rastreros. De hecho, como ya quedo
dicho, la bondadosa y señorial condesa de Rosellón y el simpático
fanfarrón Parolles son los que acaban haciéndose dueños de la función.
Mención aparte merece el tema de la sexualidad y, en especial, de la
virginidad, dentro de la obra. Al comienzo de la misma, Helen y
Parolles discuten sobre ella, y la comparan con un valioso tesoro por
el que hombres y mujeres están siempre en guerra, una idea que se
repite durante el cortejo de Bertram a Diana (recuerde, además, que
Diana es la diosa griega de la Virginidad).
En suma, una obra antipática e incómoda, pero -como todo en
Shakespeare- plena de matices y perfecto caldo de cultivo para el
debate y la reflexión.
Termino con uno de mis pasajes preferidos, la ardiente defensa que el
rey de Francia hace de Helen, y cómo son tus actos, y no la clase
social a la que se perteneces, lo que te da honor.
"La Bondad lo es sin apellidos, al igual que la Maldad . Lo son por sus
acciones, no por sus títulos. Ella es joven, lista, guapa, lo que en
herencia le dejó la Naturaleza. Y de ahí nace su honor. Mancha al honor
el que afirma que lo posee de nacimiento, pero luego no lo demuestra.
El honor brilla en nuestros actos, no en los de nuestros antepasados".
Algún que otro excelentísimo señor (y señora) debería tomar nota de esto, ¿no cree? :)